martes, 15 de noviembre de 2011

A dos metros bajo tierra: la vida y la muerte con Nirvana



Estupendo artículo sobre dos iconos que cambiaron mi forma de ver la vida, El grupo Nirvana y la serie A dos metros bajo tierra.


Se ha hablado mucho en los dos últimos meses sobre el vigésimo aniversario de la edición de Nevermind de Nirvana, el disco que en aquel momento cambió de una manera drástica la historia del rock. Pero curiosamente, muy pocas veces se ha relacionado su música con la del gran estallido cultural de los últimos tiempos: las series de televisión. Y cuando se cumple algo más de un lustro desde la emisión del último capítulo de A Dos Metros Bajo Tierra, creo que es justo recordar como la figura de Kurt Cobain y la de otros músicos planetarios planeaba sobre esa serie.
Porque sí, porque la serie escrita por Alan Ball es la radiografía perfecta sobre lo que es la vida con la muerte como telón de fondo, con el camino del uno que nos lleva hacia el otro sin remisión ni coartadas. Una poderosa y convincente lección de vida, todo y que la muerte se convierte en el eje motor de este apasionante relato audiovisual. E igual de emocionantes también fueron los veintisiete años que vivió Kurt Cobain, los mismos que Amy Winehouse -otros casos similares que rondaban cerca de esa edad se fueron no hace tanto cuando aún estaban en la flor de la vida, léase Layne Staley, Jeff Buckley, Shanoon Hoon o Lhasa de Shela-. Una cantante, la de Candem, que es la culpable del resurgir de la música soul. Guste o no, así es.
Como certificar de forma rotunda que el nacimiento y el auge de Nirvana cambió el curso de casi todo, con el grunge que ya era patrimonio de la humanidad, y “Smells Like Teen Spirit” convertido en himno de la llamada
Generación X. Una camada a la que pertenecía Nate Fisher, el mayor de tres hermanos que vivían junto a sus padres en un hogar inusual y diferente a los demás: una funeraria. Y eso marca. Y condiciona, vaya si condiciona. Y además distorsiona. Como el sonido y el crujir de esas canciones tan sucias y tan descaradas que firmaban Kurt Cobain, Kris Novoselic y Dave Grohl. Y en A Dos Metros Bajo Tierra hay dos instantes que colocan a Nirvana y al grunge dónde merecen, en ese pedestal del que nunca bajará.
En un episodio Nate rememora el día en el que se conoce la noticia de que Kurt se ha suicidado mientras se lo cuenta a su sorprendida hermana del alma, la aturdida y aspirante a artista Claire. Y juntos hacen un viaje a Seattle en el que es uno de los capítulos cumbre para entender el significado de la serie. Justo de allí regresaba él en avión en el episodio piloto, dónde curiosidades del destino -siempre el destino, mi única y verdadera creencia-, conoce a Brenda, la primera de las dos mujeres que le cambia la vida para siempre. La otra huella que le queda, la otra chica en cuestión, ya que muchas veces aparece otra persona que provoca que se muevan de manera abrupta los cimientos de nuestra existencia, es aquella vieja amiga a la que conoce en su regreso a la capital del grunge. Y que a la postre, se convierte en la sorprendente madre de su hija. Y es también allí el lugar donde Nate sufre los primeros síndromes de su mal y de su propia debilidad, siendo este su lastre, un viaje a los infiernos inquietante y desafiante. Igual que el que recorrió el líder de Nirvana en su día.A Dos Metros Bajo Tierra es sentimiento en estado puro, una mezcla de fe y oscuridad, de ilusión y macabra realidad, con esas mismas sensaciones como las que supone escuchar a Kurt Cobain en la última de las piezas elegidas de ese sobrecogedor documento que es MTV Unplugged, agonizando con su voz quebradiza en los últimos compases de “Where Did You Sleep Last Night” de David Bowie. Él anunciaba así su prematura muerte, una despedida en vida de la que nadie parece escapar, tampoco los personajes torturados de una serie en la que todos saben que tenemos un final predeterminado: la muerte.
Y es por esa razón que hay saber apreciar la vida. Y agarrarse a ella con fuerza. Como lo hace un bebé desde el mismo momento en el que ve la luz y empieza a luchar por su propia y verdadera existencia. Y eso es lo que hacían esos seres en la ficción en momentos puntuales de la serie, acudiendo a una canción y así tomarse un respiro. En la improvisada hoguera que organizan los Fisher -con Dave con la mirada perdida con su sobrina entre los brazos y la madre observándolo todo desde esa perspectiva que sólo ella conoce- para desterrar el pasado y quemar lo que ya no nos sirve en vida mientras cantan esa emocionante “Lucky” de Radiohead. O bien cuando un grupo de jóvenes perdidos entre sueños y zozobra entonan la arrebatadora tonada de “I Need You So Much Closer” de Death Cab For Cuttie, otra de las criaturas nacidas en Seattle. O bien ese antológico final con la música de Sia, discípula adelantada de Tori Amos, otra que es hija de la música alternativa de los noventa. Esa que marcó una obra como Nevermind y que tocaba de cerca la fibra emocional de los Fisher y la de sus allegados. O sea, la nuestra. Así es.

Texto: Toni Castarnado.